Hace mucho que no hablo de lo que me hizo mal. Y pensar en lo que fue, ya no me hace daño. Los caramelos estuvieron bien en su momento. Recordar el lugar exacto de aquel beso o de aquel golpe, o de aquel aroma a cafe recién hecho, es como una fotografía impresa en papel mate.
A veces me gustaría volver por un instante a aquellas tardes de sodero en la puerta y risas en el jardín de al lado. Pero también quiero estas noches calurosas de lectura en la cama, al compás de un ventilador de plástico barato mientras ella, a mi lado, diseña un programa en su notebook.
Hace mucho que no escribo, hace mucho, un año, desde que se me fueron las ganas de escribir. Pero no me duele tanto. Extraño a veces el ejercicio, pero no me molesta.
Y me han pasado cosas que seguramente me perdí en otros momentos. Como disfrutar de un cena tranquila, sin sobresaltos ni inspiraciones que no permiten perder el tiempo, porque no había que perder el tiempo. Hablo de la escritura por supuesto. Esa manía de contarle a alguien por escrito mi vida. Ese impulso sobreactuado de detallar paso a paso mis movimentos, todos, hasta los más mínimos. Por suerte he sido desintoxicada, pero ahora sólo escribo de vez en cuando, cuando extraño o cuando algo me inspira, como puede ocurrir ahora.
Ahora me inspiran ciertas texturas, como la de la fotografía mate, como la ropa recién sacada de la soga, como la piel de un bebé que se duerme sobre mi pecho sintiéndose seguro conmigo aunque sepa que no soy su mamá. Ahora me inspiran ciertos amores, de los buenos, de los que no condicionan, ni celan, ni enferman, pero que están ahí, latentes, y que preferimos dejarlos como están, así, dormidos.
Ahora me inspira la escritura porque sí, porque se me ocurre, porque tengo ganas, porque soy felíz.
jueves, 10 de diciembre de 2009
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que bueno para todos los lectores que tengas ganas!
ResponderEliminarque bueno